miércoles, 22 de agosto de 2007

Ciencia social como mediación entre lo particular y lo universal

Existe la costumbre, en el lenguaje común, de tratar bajo el significante de “cultura”, significados muy disímiles entre sí. Ya sea para referirse a lo relativo al consumo de arte o medios de comunicación, a modos de organización particulares, al manejo de conocimientos, a particularidades de ciertos subconjuntos de la sociedad, a la disposición de ciertos actores, o bien a aquello que es propio de una nación o comunidad, no existe claridad sobre a qué se refiere la forma “cultura” dentro de aquellas posibilidades, o bien que las une y separa. Creemos que esta polisemia constituye un obstáculo para comprender cada uno de los fenómenos que son descritos por este término -que al inscribirse la misma categoría tienden a indiferenciarse-, lo cual, al trasladarse a la ciencia social, tiende a agravar el problema, pues no permite vislumbrar qué tiene en común y qué la separa de otros conceptos operativos, como el de Ideología, superestructura, disposición, habitus, código u otros.

La antropología, desde sus inicios, se ha definido a sí misma como el estudio de la cultura, por lo que la polisemia de esa palabra no puede sino afectarla. En el desarrollo de la antropología, sin duda, existen así también un conjunto de teorías que difieren en la explicación del fenómeno de la cultura (ya sea determinado medioambientalmente, económicamente, socialmente, ideacionalmente y/o por sí mismo), a pesar de lo cual existe un cierto consenso, al menos desde los primeros trabajos, en que constituye una matriz superestructural mediante la cual los hombres regulan sus relaciones entre sí, y que aquella matriz es particular y puede diferir en diversos tiempos y lugares, asociadas a distintas poblaciones humanas. Muchas de sus características también son discutidas -si a una sociedad corresponde una cultura o muchas, si es expresa o latente, si es una estructura como el lenguaje o es más difusa e indiferenciada, si es constante o extremadamente variable en el tiempo- pero se mantiene la idea de tratar al mismo fenómeno intangible bajo ese término, y se tiene cierto consenso sobre qué es cultura y qué no lo es, aunque no sobre qué es una diferencia cultural y qué no. Tomaremos aquellos consensos como presupuestos básicos y los puntos de divergencia, si bien no podemos pretender tratarlos en una descripción concisa sobre cual es el objeto de la antropología, por ser su alcance tan vasto y tan desarrollado por diversas escuelas, tenderemos a dejarlos como tales. En el sentido anterior, se puede plantear que si la antropología se define a sí misma como el estudio de la cultura -y muchas veces así también como el “estudio de la variabilidad humana”- se debe precisar a qué se hace referencia con aquel término, o al menos, cuales son sus presupuestos básicos y sus límites. Para desarrollar lo anterior, consideramos fundamental tener en cuenta una distinción fundamental, muy desarrollada aunque muy poco tratada de manera directa, entre particular y universal, la cual, tiene una gran importancia a la hora de tratar la variabilidad y la cultura.

Si la cultura se define, en el consenso amplio de la antropología, como ideacional, particular y compartida, es preciso observar cómo ha mediado en la conceptualización de lo que su propia etimología esconde, y cómo ha pasado desde su aceptación a ultranzas (que sería plantearse como una ciencia especular, metáfora de la cual no puede escapar) hasta su mediación por el concepto de cultura. Como primera aclaración, hay que tener en cuenta que este concepto surge y sólo es pertinente allí donde hay diferencia, por lo que desde su inicio, se asume a sí mismo como un particular, aparece cuando los hombres de un pueblo toman conciencia de sus límites. Un paso importante desde el demostrar la existencia de esta última es notar que esa diferencia no es radical, que un heleno criado entre bárbaros será uno bárbaro y no un heleno; abrazar la opción contraria es lo mismo que abrazar el racismo. Por lo tanto, esta disciplina esconde una separación fundamental: entre naturaleza y cultura, entre aquello significado y aquello que es signo, un lado universal y otro particular. En ese sentido, este ejercicio es el mismo que hace la modernidad y la antropología no puede surgir sino con ella, mas, al mismo tiempo, relativiza sus propios alcances al ponerlos en el contexto de su propia lógica. Así, en lo que se refiere a la mediación de lo particular y lo universal, es célebre la refutación de la tesis del “homo economicus”, surgida de la economía, que hace la antropología: rebatir un juicio universal transformándolo en particular. Al mismo tiempo, se hace el ejercicio contrario, al señalar que las estructuras del parentesco son universalmente comparables y limitadas, todo a partir de un conjunto limitado de ejemplos.

Como toda mediación, la antropología debe dar cuenta en sus métodos y conceptos cómo se articulan los elementos estudiados. Su carácter muestral, como es común al resto de las ciencias sociales, la obliga a hacerse cargo del concepto de representación, aunque en un sentido especular al de la sinécdoque generalmente planteada. Aquí no sólo una parte representa al total en sus características, sino que también, puesto que el total no es conocido, aquella representación determina cómo actuamos frente a él. La antropología se plantea a este respecto como la generalización posible, en sus límites, de ser planteada a partir del conocimiento de particulares. Allí yace la importancia de la etnografía. La antropología genera el salto de conceptualizar “mundos posibles” allí donde antes no los había, pues los mundos dados esconden, en su significación, universalizaciones que no son sino otro tipo de representaciones de “mundos posibles”. Esta mediación es crucial, pues permite fundamentar la síntesis, al mismo tiempo que criticarla.

Teniendo en cuenta que no es posible afirmar el relativismo a ultranzas sin, al mismo tiempo, hacer una petición de principio que impida afirmar el mismo juicio del cual se parte, debemos asumir que es posible, y teóricamente viable, hacer generalizaciones. Estas últimas pueden tanto eliminar u oscurecer la comprensión del género descrito, pues deben ser lo suficientemente amplias como para que se incluyan todos los fenómenos inscritos en el género (el cual es, sin duda, un pacto, un principio del cual se parte) como al mismo tiempo lo suficientemente estrechas como para que se simplifique la imagen del total y se haga una contribución al conocimiento del género. En el caso de la antropología, su objeto sería mediar entre los hombres concretos y los hombres posibles, pues, el conocimiento, tanto empírico (para los primeros) como racional (para los segundos) permite dar cuenta de la particularidad de los sujetos como tales, e incluso inscribirlos en categorías (como serían las culturas), a partir de las cuales se media entre el mito y el rito, entre el subconsciente y la sociedad. Obviamente la antropología no es la única manera de observarse a sí misma que tiene la sociedad (goza también del arte, la prensa, la religión y un largo etcétera), pero sí es una que es capaz de dar cuenta de la representación que ellas encarnan; y, dado que toda representación es una significación y toda significación es un ejercicio de arbitrariedad, permite estudiar las representaciones en su arbitrariedad y por lo mismo, distinguir lo que es particular de lo que es universal en las mismas (de la misma manera que un ingeniero aplica fórmulas universales para la solución de problemas particulares y un lingüista es capaz de comparar lenguas particulares en modelos lógicos abstractos). Así, la antropología se erige como una representación de las representaciones, por su inherente carácter especular (el estudio del hombre hecho por hombres) que permite situar sujetos y juicios particulares en la mediación de la cultura, concepto que permite dar cuenta de tanto de la diferencia como de la unidad (todos poseen cultura, mas no todos poseen la misma cultura). En este sentido, el estudio de culturas particulares permite dar cuenta de situaciones particulares y posibles, susceptibles de ser representadas. El estudio de la Ideología toma aquí vital importancia, pues estas últimas son modos de comprender las representaciones y reglas mediante las cuales aplicarlas en situaciones particulares, lo que rompe con la idea de su fragmentación toda vez que la sociedad se compone de posiciones articuladas, pues asume una matriz a esas relaciones. Las disposiciones no son sino adecuaciones posibles de sujetos a posiciones dadas y los habitus son la cristalización de disposiciones en un campo determinado. La antropología así se erige como una ciencia social situada en la mediación entre lo particular y lo universal desde la etnografía y desde la toma de conciencia de la amplitud y los límites de las generalizaciones posibles del signo como fundamento de la vida en la cultura, en oposición a la naturaleza, filtrada en su representación. Es, entonces, la ciencia que se hace cargo del antropomorfismo (las categorías del hombre entendidas como inherentes a los objetos naturales), eludido en las ciencias naturales.